En la alta civilización a la que pertenecemos, cada persona tiene que poseer papeles que les dan sus guardianes. El Gobierno está tratando de que no haya ciudadanos sin papeles: la solución está en dárselos. Para dárselos, les exige los papeles. Otros papeles: pero para conseguir uno de esos papeles, tienen que presentar otros. Cualquiera que haya tenido que solicitar papeles menores sabe cómo contestan. Como decía Larra: «¡Vuelva usted mañana!». Se esperaban 800.000 demandas, no hay más que 300.000 y se discute si hay en realidad tan pocos inmigrantes. No: es que no consiguen superar los trámites de la burocracia española, o de las diversas burocracias. Un bautismo de tampones.
El empadronamiento parece imposible: se crea un empadronamiento de sustitución para el cual se requieren más documentos que, a su vez, se hacen imposibles. Estoy seguro de que el nuevo Gobierno trató de «legalizar » a todos, pero no pudo sin salirse de la burocracia. Antes de dar un
papel lo piensan mucho y, finalmente, sólo dan medio, o un cuarto. Hay que fijar unos plazos, y unos sellos, tras de los cuales tienen que venir otros papeles. Es superior a sus fuerzas. Veo las larguísimas filas ante consulados, oficinas municipales, comisarías: son caras largas y trágicas, con miedo a que les pase el último plazo sin conseguir una residencia que después de todo sólo es provisional.
Toda Europa se ha cerrado así ante estos trabajadores baratos para cualquier obra ruda y al precio que sea; los papeles son una excusa para limitar lo que se quiere y a quien se quiere. No creo que este Gobierno debiera hacer mucho caso de los que creen que nacionalidad y residencia son privilegios –en realidad lo son–, ni a los que dicen «Yo, que no soy racista…». Claro que lo es usted, patrono o funcionario, agente de la cola de los desgraciados, presidente del Gobierno, que no es más generoso.
Por lo menos, ahora que se sabe que nos están haciendo cada vez más falta.
Eduardo HARO TECGLEN, Visto/Oído, El País, 13-04-2005