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Sujet du devoir :

Juan Marsé, Ronda del Guinardó, Capítulo 1 - Voir le devoir corrigé

Capítulo I

(El inspector viene a la Casa de Familia, un orfanato1, para buscar a Rosita, niña pre adolescente. Está hablando con la directora que también es su cuñada, la hermana de su esposa.)

Finalmente el inspector dijo :
– Vengo por Rosita. Han cogido al hombre que la violó.
(…) Su cuñada se había vuelto y lo miraba asustada.
– ¿ Estás seguro ? ¿ De verdad es él ?
– Yo no he llevado el asunto2. Pero seguro.
Ella no le quitaba ojo. Observó el furor dormido de sus pómulos3 altos, sembrados de negras
espinillas.
– ¿ Y qué quieres de Rosita ? No veo la necesidad de decírselo.
– Tú nunca ves nada – gruñó el inspector volviéndole la espalda. La niña tiene que identificarlo. Vengo para llevarla al Clínico4.
– ¿ Al Clínico ?
– Está muerto.
El inspector se paseaba como si tuviera los tobillos atados. (…) Explicó que esta madrugada lo habían encontrado tirado en un callejón del Guinardó, con el cuello roto y apestando a vino ; un perdulario5, un muerto de hambre. En Jefatura6 creían que podía ser el mismo degenerado que ultrajó a Rosita.
– Es un momento – añadió –. Yo estaré a su lado.
– Pero qué más da, si está muerto. Dios lo haya perdonado. Sea o no sea, qué puede importarle a la criatura. (…) Pues no me gusta que vaya, no señor – decía la directora –. ¿ Por qué crees que la mandé con las monjas7 después de aquello ? Le ha costado mucho recuperarse, más de un año. Es una crueldad que vea a ese hombre y tú deberías impedirlo.
– Yo no sé nada – gruñó el inspector –. Yo la orden que tengo es de llevarla al depósito del
Clínico.
Volvió a dejar los tebeos sobre la mesa. El sudor había chupado la tinta y tenía los dedos tiznados8.
Arrugando la nariz explicó que, en estos casos, al muerto lo suelen « arreglar » antes de proceder a su identificación, de modo que estuviera presentable, precisando: « Lo lavan con jabón y una esponja ». No quiso ahorrarle9 a su cuñada ningún detalle : Rosita lo vería limpio de sangre, mugre y piojos10, e incluso peinado y afeitado.
– No somos tan animales.
– Es tu trabajo y te gusta, y allá tú11 – dijo ella –. Nunca has servido para otra cosa, y ya eres viejo.
Pero Rosita es todavía una niña. ¿ Y si no quiere ir ? No creas que se la maneja así como así.
– Que venga. Hablaré con ella.
– No está.
Rosita tenía mucho trabajo, compromisos que no podía eludir : « Aquí no vivimos del aire, señor mío », entonó mientras descosía el cuello de una camisa. Su ojo rapiñoso y acusador fulminó los hombros12 de su cuñado sucios de caspa13. De las niñas que trabajaban fuera de la Casa, prosiguió, Rosita, era la más activa y eficiente y su aportación a la economía doméstica resultaba decisiva a final de mes. Justamente los martes por la tarde apenas disponía de tiempo, a veces no volvía hasta las diez de la noche.
– Lo tendré en cuenta, – dijo el inspector –. ¿ Dónde está ahora ?

Juan Marsé, Ronda del Guinardó, 1984, cap.I