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Sujet du devoir :

Juan Marsé, Ronda del Guinardó, Capítulo 3 - Voir le devoir corrigé

Capítulo III

(la acción pasa el martes 8 de mayo de 1945)

El inspector se extrañaba en las esquinas. El día transpiraba una flojera1 laboral impropia, una conmemoración furtiva. La gente pasaba por su lado sin ruido de pisadas y sin voz, soltando resabios de ansiedad. Creyó oír el timbre festivo de bicicletas de paseo y murmullos de terrazas concurridas2, siseos de sifón en gruesas copas de vermut, una seda rasgada, un apagado rumor de domingo al mediodía. « Pero hoy no es domingo », se dijo. Dos muchachas de labios muy pintados y pelo ondulado corrían cogidas del brazo hacia la parada del 24, riéndose. (…)
(más tarde, visita a sus antiguos colegas de la comisaría del Guinardó)
« ¿ Qué pasa hoy, que tienes a todo el personal en danza ? », preguntó, y el comisario lo miró aún más extrañado que antes, cuando le vio extraviarse3 en los sótanos de la memoria. « Pero tú de dónde vienes », gruñó : « ¿ No has leído la circular del Gobierno Civil ? »
El inspector se alarmó al presentir otro embrollo en su mente. El caso es que hoy no había pasado por Jefatura4, dijo. Recibió por teléfono la orden de presentarse en el Clínico, donde estuvo tocándose la pera5 hasta las tres de la tarde, esperando a uno de Homicidios que le dio plantón6 ; llamó a la Brigada y le dijeron que no esperara a nadie, que lo único que debía hacer era buscar a la niña y llevarla al depósito y que identificara el cadáver en su presencia ; al muerto ni siquiera lo destapó para verle la cara, quienquiera que fuese le tenía sin cuidado, este servicio le ponía de mala hostia7. Se lo habían endosado a él solamente porque conocía a Rosita y porque la directora de la Casa era su cuñada...
El comisario no le prestaba mucha atención.
– Pero no quiere ir, la cabrona – añadió el inspector –, no quiere verle ni en pintura.
Esperó inútilmente algún comentario del comisario y luego pensó, bueno, tengo toda la tarde para convencerla.
Entonces vio al mallorquín8 acercarse de nuevo con paso decidido y un fajo de impresos en la mano.
El flequillo cabalgaba sobre su frente con determinación de cretino.
– Ahora – dijo el inspector como si hablara solo – tengo pocas cosas que hacer y me gusta hacerlas despacio.
El comisario, que hojeaba unas minutas9 recostado en el canto de la mesa, lo escrutó con su mirada afable y sombría. Acabarás en Archivos o en Pasaportes, pensó.
– Pues aquí – murmuró cogiendo distraídamente los impresos que le tendía Porcar-hemos tenido una mañana bastante movida.
– ¿ Y eso10 ?
– Hombre, por lo de los boches11 – terció Porcar –. Parece que algunos lo están celebrando.
Había conatos12 de huelga y un alegre trajín de hojas clandestinas, en el fondo una bobada : ni que los aliados fueran a13 llegar mañana mismo. « Los exaltados de siempre », añadió. A través de los enlaces sindicales, las comisarías estaban recibiendo listas de gente que no se había presentado al trabajo o que lo había abandonado, y se estaba procediendo a su detención14. Las medidas preventivas dictadas por el Gobierno Civil no indicaban en absoluto una situación de alarma. Las diligencias y los interrogatorios revelaban falta de coordinación y para muchos la derrota alemana no era mas que una excusa para ir a entromparse15 a la taberna. « Nada, ganas de fastidiar », concluyó el comisario : « Este jolgorio16 estaba previsto, se veía venir desde el desembarco de Normandía ».

Juan Marsé, Ronda del Guinardó, 1984, capítulo III