Es de todos conocido que mi familia maternal es de Piedras Negras. Para mí, Piedras Negras empezaba en Coahuila y terminaba en San Antonio, Texas. Sus límites eran bastante amplios, o al menos así me lo parecían. Tal vez es que de niña la geografía no se me daba. Yo solo entendía de querencias. Tuve que pagar varios años en la escuela para aceptar que existen fronteras y odios entre los pueblos. El caso es que mi familia cada año se trasladaba desde México hasta San Antonio, Texas para visitar a nuestros parientes que ahí vivían. De pasada nos deteníamos a saludar a algunos amigos en Piedras Negras. En cada lugar se repetía la magia, la alquimia en la cocina, la ceremonia, la transmisión poderosa del amor a través de la comida. La única diferencia era que si en Piedras Negras devoraba tortillas de harina, machaca con huevo y dulces de leche con nuez, en San Antonio me agasajaba con donas glaseadas y milki ways....
Y así los años fueron pasando y mis conocimientos sobre geografía aumentando... En poco tiempo entendí que una ciudad estaba en Estados Unidos y otra en México que había una frontera de por medio entre ellas y algo más, que la cultura estadounidense poco tenía que ver con la mexicana. No importaba que cada sábado mis hermanas y yo organizáramos unas divertidas tardeadas donde repartían sándwiches y Coca-colas, donde bailaba rock and roll y se mascaba chicle. A todo le encontrábamos su justificación: los sándwiches eran una variación de la tortas y las tortas. El gusto por mascar chicle nos venía de los aztecas. El rock and roll no tenía nada de malo, además, era un fenómeno mundial y la Coca-cola, bueno, pues se había inventado para usos medicinales y tomarla debía de ser muy bueno, ¿o no?
Y los años siguieron pasando y mis conocimientos sobre geografía aumentando. Supe donde estaba Vietnam. Supe que estaba dividida en dos. Supe que mi primo de San Antonio lo habían llamado para entrar en el ejército. En esa época la Coca-cola me empezó a saber amarga. Supe que destruía la dentadura y que era dañina para la salud. La empezaron a llamar " las aguas negras del imperialismo yanqui". Dejé de tomarla. Tenía temor de que me transmitiera el horror de la guerra.
Laura Esquivel, Íntimas suculencias, 1998