Lola, la prima de Nieves, es una mujer muy ocupada
Mira, Nieves, a veces no tengo tiempo ni de hacer una llamada, pero lo que sí puedo y hago puntualmente es revisar mi correo electrónico todas las mañanas, ¿por qué no aprendes a usarlo? ¿Yo, correo electrónico? ¿ Estás loca?, ni encender un computador puedo. Cuando se enteró de que Lola y Ada1 se comunicaban regularmente por esta vía, anulando para siempre las cartas, se sintió expulsada de un Olimpo determinado. Los mails: las nuevas postales. Ante su reclamo, Lola se dio el trabajo de imprimirle la correspondencia y enviársela cada dos semanas a casa con un mensajero de su oficina. Y lo que ocurrió a Nieves al cabo de un tiempo fue previsible: quiso participar, se fascinó con esa comunicación tan rápida, tan fácil, y no quiso quedar marginada2, fue entonces, cuando accedió a aprender el uso de internet. Había un ordenador en el dormitorio de sus hijos, el mismo que usaba toda la familia, y le rogó a uno de los mellizos3, Pedro, el más afable, que le enseñara. Para decir la verdad, le costó un tiempo, siempre cometía algún error, no se atrevía a usarlo estando sola. A la hora en que la niñitas hacían sus tareas aparecía Nieves con un mail en la cabeza, no, puh, mamá, estamos trabajando, si hubiera más de un computador en esta casa, aprovechaban para hacer, su pliego4 de peticiones, que ella escuchaba como a la lluvia caer, era impensable comprar otro. Nieves empezó a aficionarse al correo electrónico, le divertía escribir y leer, sintió que había recuperado a Ada, que ahora ella participaba de la cotidianeidad de su prima, cosa impensable a través de las cartas o de los escasos llamados telefónicos. También recuperó de cierta forma a Lola, aunque viviera a la vuelta de la esquina5, por decirlo de algún modo, en su misma ciudad, los mails la acercaban a ella6. Esta forma de comunicación humanizaba a Lola frente a sus ojos.
Marcela Serrano, Hasta siempre, Mujercitas 2004